A mediados de los años noventa y no muchos meses ante de su fallecimiento, Elena Quiroga compartió en el Club de Periodistas Gallegos en Madrid uno de los almuerzos que nos reúnen mes a mes en torno a un paisano cuidadosamente elegido. Llevábamos tanto tiempo aguardando este encuentro que doña Elena se nos fue haciendo familiar y, más que esperarla, la añorábamos. Tras el fallecimiento de su esposo, Dalmiro de la Válgoma en 1990, Elena apenas salía de casa más allá de asistir a las sesiones de la Academia. De modo que esta “Xuntanza” tenía algo de festejo. Era la primera mujer que nos visitaba, venía adornada de su condición de académica de la Lengua (la segunda de la historia) y su obra -17 novelas- había quedado cumplida unos diez años atrás. Tenía, además, un aura de dama antigua y se había ganado el estatus social de venerado personaje de las letras. Accedió al salón con ese andar seguro tan propio del que siempre se siente en su casa y, a poco de pasar, nos dimos cuenta que le habíamos hecho pasillo.
Allí estábamos los orteganos Manolo Méndez y yo, como anfitriones especialmente interesados. Era, de algún modo, nuestra “invitada”, la autora, nada menos, de Viento del Norte, una obra recia, hija del naturalismo crepuscular y distinguida en 1951 con el Premio Nadal 1950 (sic). Era la primera novela importante que nos reconoce, nos menciona y nos describe amorosamente. Méndez y entramos a saco en los postres sobre su estancia en Ortigueira, Brandaliz, la ría y las corredoiras. Al no poder transcribir textualmente tu testimonio, los reconstruyo con la flaca ayuda de mi memoria, pero sin valerme de la imaginación.
Elena, en Ortigueira
Contaba doña Elena que a finales de los años 40, cuando pergeñaba la que sería su segunda obra (la primera, La Soledad Sonora, vio la luz en 1949) su padre, Conde de San Martín de Quiroga, mantenía cercana amistad con el ilustre abogado, político y periodista ortigueirés don Dámaso Calvo Moreiras, a quien tenía al corriente sobre las aventuras literarias de su hija.
Elena Quiroga na RAE (foto García Pelayo, de ABC) |
La aurora reveló durante el almuerzo que la trama de la obra, ya bien aclarada, viajaba con ella a Ortigueira. No es difícil entender que así fuera, si rastreamos en las lecturas hogareñas de la joven escritora, donde no faltaría una copiosa muestra de novela realista-naturalista, de Flaubert a Zola, y a nuestros Pereda, Menéndez Valdés, Clarín y, señaladamente, Emilia Pardo Bazán, escritora que dejó este mundo el mismo año 1921 en que nacía Elena Quiroga de Abarca en la Casa Grande de Viloira, parroquia aneja a O Barco de Valdeorras, en la orilla izquierda (sur) del río Sil.
Abres las páginas de Viento del Norte al lado de Los Pazos de Ulloa, de doña Emilia, y encontrarás almas gemelas y las mismas pasiones imprescriptibles. El escritor Ramón Loureiro veía a Elena Quiroga como una “absoluta muestra en el arte de ahondar en lo más profundo del alma humana”. En efecto, emparejas las páginas deViento del Norte y las de Los Pazos de Ulloa, de doña Emilia, y te saldrán al encuentro, como almas gemelas, parejos personajes fronterizos y las mismas pasiones imprescriptibles.
Brandaliz
Si Elena traía consigo “ese peculiar universo que anidó entre las muy gruesas paredes de los pazos”, como también señalaba el citado Ramón Loureiro, faltaba asentar esa trama en el escenario más reconocible. Y eso lo encontró en Ortigueira. La autora se refirió ante los periodistas gallegos a sus constantes visitas al Pazo de Brandaliz. Basta leer la obra para darse reconocer esa influencia. Carlos Breixo añade que Elena Quiroga era visita frecuente también de las casas grades de los Pita en Mera y de los Maciñeira Pardo de Lama en Riberas del Sor. Lo que podría en un pazo era para ella material sabido.
Emparrado nos xardíns do pazo de Brandaliz |
Para el vínculo de Elena Quiroga con el pazo de Brandaliz no es casual el hecho de que don José Teijeiro García, era pariente cercano de Manuel García Blanco, el que fuera marido de Segunda Calvo. Elena tenía toda Ortigueira a vista de pájaro.
Josefita Teijeiro tiene a sus espadas siete siglos de historia y piedra labrada, dando por cierto que la primitiva obra de Brandaliz se erigió en el siglo XIV, si bien no fue tomada como residencial habitual hasta el siglo XVIII por los Ponce de León, ya propietarios de la finca desde dos siglos antes, según datos del siempre disponible archivo de Carlos Breixo.
(Texto: Ramón Barro)
(Texto: Ramón Barro)
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