xoves, 7 de maio de 2020

Casa Giz, de Cuiña, 140 años de negocio familiar

María José, Manuel, Fina y Maruxa
(Foto: Luli)

CASA GIZ LLEVA ASENTADA EN CUÍÑA CIENTO CUARENTA AÑOS. 
MARÍA E INDALECIO LEVANTARON EL NEGOCIO FAMILIAR QUE ABRIERAN LOS ABUELOS, FRANCISCO GIZ Y ANTONIA SANJURJO


En la carretera general, poco antes de entrar en Ortigueira, viniendo de Ferrol, nos encontramos en Cuiña con un negocio familiar que lleva atendiendo al público más de ciento cuarenta años, desde cuando Indalecio entre viajes de ida y vuelta a Cuba donde ejercía de carnicero, se casó con María Antonia dejándola al frente de la taberna de ultramarinos, convertida hoy en tienda y estanco.
Entrada da tenda e estanco

Al frente de la misma está María José Franco, especializada en productos de calidad de las mejores marcas, trabajando con ahínco y manteniendo el estanco con su habitual clientela. 
Durante este tiempo de pandemia y confinamiento, siguieron atendiendo a sus clientes conforme al protocolo.

Su marido, Manuel Lagares y su tía Fina, gestionan el HOSTAL GIZ, otra rama del negocio familiar, de ocho habitaciones dobles, que tiene su auge en verano, duplicando la clientela.
Á esquerda, o restaurante Casa Giz


Recuerda Fina los buenos tiempos, cuando el esplendor de Pizarras Campo, en que no daban hecho en el Restaurante que en la actualidad regenta su hijo Javier. Hasta casi cien comidas daban algunos días.
Vista general del Hostal Giz
Entre la nostalgia sale en la conversación la llegada del primer televisor que les había vendido Escudero, cuando se llenaba de gente la taberna para ver los toros, los partidos de fútbol y los concursos.
Maruxa, la “más joven del clan”, entra en escena, contando que Casa Giz era una referencia en la Comarca, sobre todo cuando se celebraba el baile de San Marcos en el salón y se hacían fuentes de bistés empanados y tortillas para meter en bocadillos y recuperar fuerzas de tanto bailongo.
Fina, evoca en sus recuerdos como cenaba toda la familia durante las noches de verano debajo del emparrado, como trabajaron sus padres, que tuvieron seis hijos, saliendo de la nada, sirviendo chiquitos a los hombres que echaban la partida en el comedor y vendiendo al fiado las cosas de comer, anotando en una libreta que la gente pagaba religiosamente cuando vendían un ternero o pinos del monte.

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Texto: Luli Dopico.






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