Teté con Charo: tan iguales, tan distintas (Foto A. F. Polo) |
Pronto será el aniversario de nuestra querida Charo y me viene a la memoria el homenaje que le hicimos en vida el 4 de agosto de 2018, del que no se consideraba merecedora. Pero sí lo era y ahí está el dossier que lo acredita.
Charo y Teté se llevaban once meses y eran diferentes en todo. No andaban juntas, cada una tenía sus amigas. A Charo le encantaba hablar con las niñas mayores y con su padre. A Teté le divertía la calle, saltar a la cuerda, jugar al escondite, al jardín encantado, al foco en la gasolinera de Prieto, a la rueda… A Charo había que echarla de casa para que saliera, lo de ella era escribir y dibujar. Ya poetizaba de pequeña, redactaba la vida tal cual era, si iba al mercado o a la feria, si visitaba alguna exposición, si leía tal libro. De todo dejaba constancia por escrito. Teté jugaba desde la mañana hasta la noche, escapaba a menudo de casa. Charo se quedaba leyendo y escribiendo. Teté era amiga de todas las niñas del pueblo, las de Prieto, las de Bouza, las de Franco… Las amigas de Charo fueron Margarita de la Campa y María Luisa Cebreiro.
Las dos hermanas, arte, gracia y salero a raudales |
Vivian en la carretera. Fueron a la escuela de Párvulos con doña Carmen Blanco, en la plaza de Los Ángeles. Luego pasaron a la Academia. Recuerda Teté a los profesores: Don Jesús de Latín, don Tomás Moar, don Alfonso, don Ramón Bouza, el Vista de Aduanas y doña Carmen Fontela. Una etapa muy fructífera y con mucha vida en Santa Marta. Nada que ver con la actualidad.
Cuando murió la madre de Tulita Pita, que hacía un papel en la obra de teatro y tuvo que guardar luto, Serafín, el de la tienda del Cantón, fue hablar con nuestro padre para que yo —dice Teté— hiciera el papel de doncella, porque a mis once años era muy alta. Y fui al ensayo. Sólo tenía que acercarme a Charo la Vasca y decirle: «Señorita Matilde, arriba está el señorito Antonio». Y lo dije al revés. Se rieron tanto que llegué a casa y le dije a papá que no trabajaba más. Y dijo Charo: «Pues lo hago yo». Y ahí empezó su afición al Teatro y ya no paró. Le encantaba actuar y lo hacía de maravilla.
Nuestra madre, Rosario Díaz Gómez, que hizo la carrera de Música en el Conservatorio, en Madrid, le enseñó a tocar el piano. Charo tocaba todos los días al anochecer y lo hacía muy bien. Recuerdo que iba en moto a tocar a San Claudio, a la novena. El cura de San Claudio venía algunas veces a comer a nuestra casa y luego Charo lo llevaba en la moto hasta su casa. Era un espectáculo verlos salir. El sacerdote con la sotana remangada, el paraguas en la mano y la teja metida hasta las orejas y Charo
La elegancia, su señal de identidad |
La poesía era innata en Charo.
Teté me recita con lágrimas en los ojos una que dice así:
“Camiñando amodiño, sen virar nin miga a testa
escoitaba arroubada dende o camiño, aquela cantiga de xesta.
Traíame a voz o vento, sen saber de onde a onde
pero chea de sentimento cantáballe a un amore perdido
noutro tempo e lugare,
dementes que o dono tiña moitas ganas de chorare.
Agora cantaba baixo e logo moi amodiño
e a meirande parte das veces cantaba con gran cariño.
Ben sei que aquel que cantaba, aquela bela canción
había tempo que estaba enfermo do corazón.
Teté Suárez en su casa del Cantón, en Ortigueira (Foto A. F. Polo) |
e a cada paso que daba, ía escoitando máis lonxe
aquela fermosa canción.
Doy fe que Teté es una gran lectora de poesías y que las aprende de memoria. Sobre su mesilla de noche está el libro Las mejores poesías de la lengua castellana, y nunca duerme sin darle un repaso.
Seguimos charlando, rememorando historia cuando cae la tarde en el Cantón en este otoño bendito. Pronto será Santos y luego el San Martiño, y recordaremos que Charo se nos fue en noviembre y que empezó a llover en Couzadoiro justo cuando la lápida sellaba su tumba.
Queda pendiente recoger su obra poética, tan dispersa entre libros, cajones y publicaciones en La Voz de Ortigueira.
Texto: Luli Dopico
Esta entrevista foi publicada o venres, 3.11.23, no semanario La Voz de Ortigueira
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