luns, 9 de abril de 2018

ORTIGUEIRA INSPIRÓ A ELENA QUIROGA

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Elena Quiroga y Abarca, pocos recuerdan este nombre, pero estamos en el mes de abril, el mes en el que los libros son los protagonistas y, sin duda, uno de los logros más significativos de este tipo de eventos es el poder recuperar y sacar a la luz a aquellos autores que pasaron a residir en el mundo de las sombras.
Elena Quiroga nació en Santander y se crió en el pazo de sus antepasados, en el Barco de Valdeorras, al ser hija de los condes de San Martín de Quiroga, pero, duendes del venturoso destino por medio, algunos veranos de su juventud los pasó, por una amistad que aquí tenía, en Ortigueira; este fue un hecho fundamental para su incursión definitiva en el mundo de la literatura, y que pasaría a ser vital en el amplio término de la palabra.
Al igual que le ocurriera a José Luis Sampedro, al cual unos pocos días entre nosotros, y a raíz de unas ponencias en una edición de la Universidad Popular de verano, le bastaron para empaparse de información y datos, sobre todo visuales, en definitiva, inspiración, para darforma a una de sus mejores novelas: “Real Sitio”; a Elena Quiroga, sus visitas al Pazo de Brandaliz, situado en el barrio de Luama, privilegiado lugar con inmejorables vistas al pueblo y a la ría, le crearon tales sentimientos, hasta ese momento desconocidos, que 
necesitó de una vía de escape como solución al exceso vertiginoso de sensaciones recibidas, una especie desíndrome de Sthendal”, algo que, sin duda, encontró en la redacción de la novela “Viento del Norte”; en ella refleja con un hiperrealismo abrumador el paisaje del que disfrutaba, al igualque la forma de vida en una casa señorial de comienzos del siglo XX. El impacto que el paisaje ortegano le causó lo refleja en diferentes páginas de la narración, pues hace que el protagonista masculino, Álvaro, necesite del paisaje de la ría para aquellos momentos en los que la paz y el sosiego se hacen imprescindibles. Uno de estos párrafos puede ser clarificador:“Para él, la ría era un espejo de la vida. La miraba, y como si el agua aquella entrara por su venas, cogía la pluma, y con tinta del alma iba escribiendo la historia de las rutas jacobeas”. Entodo caso, el paisaje gallego, y sus gentes, será un tema tan común en sus novelas que se reflejará en la mitad de su bibliografía. Uno de sus críticos literarios diría, con motivo de sacara la luz una de sus obras, que “Elena Quiroga lleva en la masa de su sangre la emoción de Galicia”.

Con esta novela – ya había escrito otra bajo el título de “La soledad sonora” – consiguió el premio Nadal en el año 1950, lo cual fue determinante para dedicarse de lleno a lo que parecía una afición; tanto es así, que en los quince años siguientes escribió la práctica totalidad de sus obras, un total de diecisiete, con las que conseguiría también el premio a la crítica en 1960 con“Tristura”, o ser seleccionada para el Rómulo Gallegos con “Escribo tu nombre” en 1967, y cuyo premio final le fue concedido a Vargas Llosa con la novela “La casa verde”; a partir de aquí, sin embargo, se produjo un notable vacío en su producción, pero el trabajo ya realizado, junto a la innovación en las técnicas literarias (decía que escribía por libre) fueron suficientes como para que en 1984 la hicieran poseedora del sillón “a” de la Real Academia Española (apoyaron su candidatura Pedro Laín Entralgo, Carmen Conde y Gonzalo Torrente Ballester, íntimo amigo de la escritora), enfrentándose, ni más ni menos, a Juan Benet, el cual, hombre siempre vencedor, decidió no presentarse más, como me confesó en 1988, en una de aquellas agradables e interminables sobremesas, siempre presididas, como un amuleto necesario, por una botella del whisky reparador.

Elena Quiroga, por su trayectoria, decíamos, también consiguió ser finalista en 1988 del Príncipe de Asturias de las Letras, conseguido en esta ocasión por Carmen Martín Gaite, con la que también tuve la suerte de compartir más de una charla en otra de las“tierras inspiradoras”: Corcubión.
Una persona con una sensibilidad a flor de piel absorbe las zancadillas de la vida con un sufrimiento extra, y esto es lo que le ocurrió a nuestra escritora al fallecer en 1990 su esposo, Dalmiro de la Válgoma, abogado y miembro de la Real Academia de la Historia, suceso que la hizo recluirse y participar en menos actos públicos, aunque siguió asistiendo con esmerada puntualidad a los actos de la Academia. Sus últimos días los dedicó a escribir una novela, que ella definía como la que iba a ser su gran obra, y que no llegó a concluir, pero cuyo título es un reflejo de sus sentimientos extremos en los últimos días: “Grandes soledades”
En 1995, Elena Quiroga se vino a Coruña, donde residían sus hermanos, y donde cerró definitivamente sus párpados siempre abiertos para escudriñar con ansiedad infantil los paisajes, las personas que los habitaban y, por encima de todo, sus complejas interioridades, pero llevándose en su retina la belleza de la ría de Ortigueira, inspiradora de su trabajo y, por lo tanto, de su vida.
Como agradecimiento a su demostrado amor a la tierra gallega y, en particular, al paisaje ortegano, la Asociación Cultural “Terras do Ortegal” prepara un homenaje a esta autora de la posguerra, el cual se hará realidad el próximo día 27 de abril en las instalaciones de la Biblioteca Municipal de Ortigueira. Será un acto de reconocimiento en el que no sólo abriremos nuestros párpados, sino que, emulando la curiosidad innata de la escritora, todos nuestros sentidos estarán dispuestos para empaparse de Elena Quiroga en toda su plenitud.

(Texto da autoría de Manel Bouzamayor)

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